lunes, 12 de diciembre de 2022

Mi primer mejor amigo.





Ya pasó bastante tiempo desde la ultima vez que jugué a la "bolita", a las "escondidas", o a la "embopa".

Junto con el tiempo tambien pasaron momentos de mi vida que siempre voy a recordar y que, naturalmente, no se van a volver a repetir. La vida, o mi vida, en ese epoca de infancia, era muy diferente a la actual, no se si necesariamente mejor, pero seguramente con condimentos que se fueron diluyendo a medida que crecía. 

Hoy no es un dia cualquiera, es una fecha que me obliga a recordar y por suerte tengo muchos recuerdos buenos por recordar. Recuerdo por ejemplo cuando conocí a mi primer mejor amigo. 

Mi primer mejor amigo me enseñó un montón de cosas; a bañarme en la lluvia, a jugar a la ajedrez, me enseño a practicar la paciencia cuando ibamos a pescar, a disfrutar de la incomodidad de dormir en una carpa en invierno a orillas del rio. Me enseño también, mas adelante, la importancia de elegir ser y hacer lo que me gusta y pelear por eso. Me enseño muchas cosas, y hoy pensando y recordando, lo recuerdo como mi papá, pero también con mi primer mejor amigo.

Quizás yo no fui tan buen amigo como él, quizás no lo acompañé en todos los momentos que tendria que haberlo acompañado. 

Alguna vez, cuando le conté sobre la desgracia de una persona querida, y me devolvió una frase que me quedo un poco grabada. Me dijo: "¡puta vida!", y me parece que un poco puta es la vida. Te ofrece momentos placenteros siempre y cuando estes dispuesto a pagar, a dejar algo a cambio. Y a veces, parece que la tarifa tiene sobrepecio. Generalmente el precio es el tiempo. "El tiempo, maldita daga" decía Fito. 

El tiempo pasó, la vida cambió y mi primer mejor amigo ya no está. 

Me gustaria poder volver el tiempo atrás unos minutos y poder darte un abrazo más.

lunes, 10 de abril de 2017

Amelia: "La que da amor".


Se dice que las relaciones intensas se comienzan a forjar durante la primera infancia y generalmente perduran eternamente. Durante la mía tuve y tengo muchas, en éste caso me gustaría redactar brevemente una de ellas.
Desde que la conocí a Amelia, la primera sensación que tuve fue la de una mujer fuerte, sabia e intuitiva que en cuestiones del sentir, siempre tenía la posta, seguramente porque la vida y la muerte la atravesaron desde muy joven.
Su llegada a mi vida marcó la presencia de un vínculo indisoluble, impermeable que quedó marcado en recuerdos. Los veranos en el barrio donde pasé gran parte de mi infancia, las primeras amistades, las primeras relaciones con primos, primas, tíos, tías, los juegos y hasta quizás los primeros enamoramientos.
Su vida nunca fue fácil pero en su imagen lo único que se veía era fortaleza.
El corazón y el alma de Amelia siempre tuvieron una fuerza digna de admiración. Y tratando de encontrar el significado de su nombre,  me quedé con el que mejor la representa: "La que da amor", porque de eso se trataba su vida, de dar amor, de dar, sin recibir.
Amelia fue hija y hermana.
Amelia fue madre de 5 hijos y esposa de un hombre.
Amelia fue abuela de muchos nietos.
Amelia fue amiga; fue vecina; fue testigo.
Amelia fue una excelente persona, un ejemplo.
Por suerte tuve el coraje de decirle cuánto la quiero y lo mucho que le agradecía por todo.
Amelia fue paciente, fue luchadora.
Amelia fue mucho mas de todo lo que dije.
Amelia fue mi abuela; Amelia... "La que da amor".

Para mi abuela Amelia del Carmen Acosta, te llevo en mi corazón hoy y siempre.


lunes, 6 de febrero de 2017

Las olas y el viento.


Oficialmente hoy puedo decir que me encuentro en el punto mas alejado de mi casa, a seis mil kilómetros y monedas. Y si bien es cierto que hay muchas cosas que son distintas, también es cierto que hay otras que son familiares, o que se vuelven familiares sobre todo después de haber estado viviendo casi dos meses en este lugar, no sólo como turista argentino y chaqueño, sino también como panameño y bocatoreño.
Hoy por ejemplo, faltándome 10 días para volver a casa, me puse a pensar que justamente es ese el periodo de tiempo que me queda para que mi realidad nuevamente cambie, sobre todo en cuestiones más que nada cotidianas, en los hábitos, los diálogos, es decir, en 10 días ya no voy a poder hablar con los que me rodeen sobre la posibilidad de que efectivamente llegue agua al pueblo, de discutir si ir o no descalzo al supermercado, de no preocuparme por como ir vestido al boliche, o a la disco como le dicen acá, ya no voy a tener que poner el filtro visual y algunas veces prejuicioso de las nacionalidades para saber de donde es cada persona que me encuentro en la calle y por supuesto tampoco voy a tener que preocuparme por hablar en inglés; o sea ya no voy a tener que pensar en todas estas problemáticas que, dichas sean de paso, me encantan.
Es que las cuestiones cotidianas que se puedan vivir en un lugar del caribe como este, pierde su peso, sobre todo para quien las vive en una condición como la mía, es decir, la de viajero, visitante, turista, o como se lo quiera llamar porque sabemos que después de cualquier trabajo, preocupación o lo que sea, esta latente la posibilidad de tomarnos un recreo de 2 cuadras y relajarnos en la playa a la orilla de un mar cálido y tranquilo de olas respetuosas y arenas que junto con el viento hacen de este lugar lo que realmente es, un paraíso. Pero hasta ahí sigue siendo un lugar ajeno, justamente hasta el momento que a todos esos condimentos le agregamos el propio, en este caso un buen mate caliente y en ese acto nos lo adueñamos y nos sentimos como en casa. Entonces las preguntas que me surgieron fueron; ¿Cuánto tiempo tiene que pasar para que estando lejos, me sienta como en casa?¿Será una cuestión de tiempo?¿O será que la posibilidad de estar en casa es independiente a cualquiera de estos factores?.
Después de este texto creo que ya estoy más preparado para un hasta luego a esta isla y sobre todo a los personajes que se los presentaré mas adelante.

domingo, 19 de junio de 2016

En Cochabamba pasan cosas





Cada vez que pienso en Bolivia se me vienen muchos recuerdos a la cabeza, como el que traté de contarles hace ya varios días atrás sobre "Matula y Sandra", que si bien no eran bolivianos, constituyeron una pieza clave en ese viaje.
En este caso y por este medio voy a tratar de revivir un retazo de esa experiencia en "La ciudad de los niños" y el caso de otro héroe.

El camino cada mañana rumbo a la fundación comenzaba bien temprano, a eso de las 6 y media 7 acompañado, por supuesto, de un café calentito o chocolatada, lo que encontraramos primero. Tomábamos por lo general el mismo Truffi << Truffi es el medio de transporte urbano predilecto en Bolivia, o al menos, en Cochabamba y que tiene el formato de "combi" >>, transitábamos las mismas calles, y aunque no veíamos a las mismas personas, la escena tendía a repetirse; la radio de fondo con algún tema de cumbia que en Argentina se escuchaba en los 90s, el silencio, las caras de sueño, el fresco, los cabeceos, el diálogo entre Guille y yo sobre cómo encarar la jornada y sobre cómo lograr que nuestro paso, realmente deje una huella, por lo menos en algunas de las mentes de los habitantes de esa ciudad italiana al estilo "Heidi" incrustada en las laderas cochabambinas.
Todo igual, aparentemente controlado, las actividades medianamente planificadas, el break, clases de computación, de inglés, de teatro, un poco de deportes, sin embargo, esta aparente normalidad no nos alcanzaba y fuimos entonces a la búsqueda de algo más, algo que tenga que ver con lo humano, es decir que más allá de esas clases de vacaciones que preparamos para que los niños "estén ocupados" fuimos al encuentro de algo que nos revele algún fragmento de su historia. Inocentes nosotros y con todas las expectativas, bajamos las defensas y dejamos que ingresen algunos mundos relatados desde el abandono, la tristeza, la pobreza, pero siempre sostenidos con una sonrisa.
A diferencia de la preparación que teníamos con nuestras clases, una siesta me sorprendió, lo que a mi prematura experiencia daría el paso hacia un nivel distinto que tiene que ver con la adultez.
Luego de aprovechar los "minutos antes", y los "minutos después" de cada actividad para indagar un poco acerca de la vida de algunos niños, niñas, y adolescentes, me encuentro con Rodolfo que lejos de llamarme a la atención por algún rasgo distintivo, mas bien significaba la última exploración del día en esos terrenos. Lo que encontré, desde luego, no fue un relato más, no fue otra historia exagerada por el lenguaje fantástico de un niño, sino que muy por lo contrario, fue el testimonio mas breve y mas desgarrador que hasta hoy me toco escuchar y sentir.

- Rodolfo, vení un ratito y pasame la pelota que ya se terminó la hora de fútbol - Le dije y sin mucha resistencia se me acercó.
- Acá está profe - Me dijo refiriéndose a la pelota.
- Vení, sentate acá un ratito. Contame Rodolfo, ¿Que hacés todos los días después que terminamos de jugar al fútbol? -
- Me voy al comedor y empezamos a preparar las cosas para cenar. -
Aproximadamente para las  7 u 8 de la tarde ya cenaban.
- Claro y preparas las cosas con tus amigos ¿No?
- Si, y después que cenamos nos vamos para la casa.
- Ah muy bien, ¿O sea que una vez que terminas de comer te vas con tu familia? - Automáticamente después de hacerle esa pregunta, una sensación adrenalínica recorrió mi cuerpo.
- Yo no tengo familia profe - Me dijo y mis ojos sin disimulo trataban de entender lo fuerte de la declaración en contraste con la sonrisa que acompañaba sus palabras.
- ¿Y tu papá y tu mamá? - Le pregunté sabiendo que ya no había retorno.
- No se, no tengo.
- ¿Y tus hermanos?
- Tampoco tengo profe.
- Pero Rodolfo, vos vivís con personas en tu casa ¿No?
- Si.
- ¿Y ellos no son tu familia?
- Bueno si, mis amigos.

Desde lejos irrumpió el momento la voz de una de las chicas italianas que trabajaban con nosotros:
- ¡Chicos vengan que ya terminó la hora de jugar al fútbol! Los espero en el comedor.

Una última mirada entre los dos fue el punto final de la conversación, y se fué corriendo punteando la pelota con los pies. Y mientras él se iba pude ver lo injusto que suelen ser algunas cosas, pude ver a un niño que ante cualquier problema lo soluciona con una sonrisa, pude ver un adulto recordando sus primeros años en la fundación, pude ver a un padre reclamando en algún sujeto tácito, su condición de huérfano, pude verlo a él en algún momento, llorando en algún rincón, puede verlo con bronca, con tristeza, con momentos felices que tratará de inmortalizar y pude verme a mi, tan ingenuo y mal agradecido, sobre todo, de tener una familia, de tener un padre, una madre, hermanos, amigos, de no valorarlos, pude verme recordando ese momento y tratando de generar conciencia, porque a la familia no se la elige, él no eligió no tener familia. Y me pregunto ¿Cuántos más como Rodolfo habrán, en alguna otra fundación, en la calle, en Argentina, en Resistencia, en mi barrio?¿Cuántos días del Padre y de la Madre tendrán que soportar esos chicos, a la espera de alguien que los quiera como hijos?¿Habré cumplido yo el rol de Padre, Madre y hermano para Rodolfo ese día o ese mes?
Rodolfo me dejó una gran lección ese día: ¡Sonreí y valora!







viernes, 10 de junio de 2016

La muerte del futuro




El otro día estaba en la clase de Psicología Social y hablando un poco sobre las representaciones sociales, el profesor no tuvo mejor idea que ubicar como ejemplo de éstas a la "Muerte".
Teniendo en cuenta que la clase es a la mañana, a las 8 de la mañana, y que el día anterior habíamos rendido, el tema no complementaba muy bien la digestión del café con galletitas que había desayunado 30 minutos antes, pero a la vez me generó suficiente incomodidad, para que se vuelva interesante. Sobre todo cuándo empezamos a comparar los "hábitos" que se tenían antes, en comparación con los actuales, por ejemplo, antes, era costumbre y estaba totalmente aceptada y defendida la idea de sacar fotos a seres queridos que recién habían muerto, como aquél último recuerdo sobre este planeta, pero eso no era todo, no sólo se fotografiaba al pariente muerto sino que previamente se lo disfrazaba de ser humano vivo, se lo "resucitaba" para que la foto perpetúe ese instante falso.
Por supuesto que aquellos que mantengan esta práctica hoy en día ,al menos, los calificaríamos de: "raritos", "perversones", "locos", "inadaptados", "religiosos", "macumberos", entre otros; pero lo cierto es que hoy, sin embargo, existen los velorios a cajón abierto, al menos que el difunto haya tenido menos suerte y sus restos no sean legítimos para la exhibición (<<¿Suerte?¿Que tipo de suerte, si de todas maneras murió?>>) , la verdad hace rato no voy a uno pero todavía mantengo el recuerdo de aquella última vez.
En ese recuerdo quién yacía pulcro y frío sobre la gamuza que vestía al féretro era mi abuelo. Ante su muerte, mucho de los familiares nos auto-convocamos a presenciar el espectáculo del velorio, que por naturaleza es un momento incómodo, pero no tanto por el hecho de que alguien descansara sobre el contenedor hexagonal de madera y metal, sino por quienes permanecían en el terreno de la vida. Generalmente en éstos casos, aparecen como por arte de magia, esas personas que en la puta vida dieron rastro aunque sea de su identidad pero que sin embargo, ahí están: algún vecino, primos de chascomús, la tía segunda que ya cumplió los 98 pero que sin embargo goza de mejor salud que yo, el peluquero, el médico de la familia, sus alumnos, un conjunto de personajes que le dan sentido al escenario.
Pero lo mas loco de todo ésto no es el hecho de compartir con conocidos y extraños la muerte de un ser querido sino que además, cuándo la noche avanza, el lugar mismo (del velorio) va tomando un sentido raro de familiaridad: ya no nos incomoda ir al baño, la cafetera se convierte en la excusa perfecta para hablar con la hija del peluquero, las voces bajas que simulaban nuestro duelo comienzan a elevarse e incluso muchas veces hay mas gente afuera que adentro, esa persona que quiere llamar la atención siempre, ahora ya quiere volverse a casa porque se dio cuenta que no le importa el muerto y que en realidad y por culpa de su imbecilidad, está solo.
Yo a veces no entiendo el sentido del velorio, y me molesta participar de esa farsa, de ver esas lágrimas de cocodrilo, de escuchar los "te voy a extrañar un montón viejito". Y seguramente aquellos que les sacaban fotos a sus seres queridos muertos, simulando que están vivos, muy seguramente, si tuvieran la oportunidad de vernos pensarían por lo menos lo mismo que nosotros de ellos, aunque seguramente también pensarían que la muerte ahora es mas "seria" ya que el último recuerdo lo podemos sacar de facebook. Si los egipcios de repente renacen en nuestra era...¿Será que van a seguir dejando toda la comida, las joyas, las riquezas al lado del difunto para que las aproveche en la "otra vida"? ó ¿Qué pensarían los humanos del futuro al ver nuestros "habitos de muerte" comparado con sus muertos enviados por E-mail al cementerio? y finalmente, ¿Que pensarían los humanos de un futuro más lejano donde la muerte ya no exista?
Creo que por lo menos serían menos falsos.


miércoles, 8 de junio de 2016

Monólogo

- Terminé por fin comprendiendo que no hay distancia que valga, a la vuelta de la esquina siempre va a estar, en alguna canción, en algún diálogo, en algún fallido, en alguna foto, pero... ¿¡Porque!?. Automáticamente también comprendí que va a seguir estando en la medida que la busque... En la ilusión de que por fin y de una vez pueda encontrarla... de decirle todo. Es que nadie entiende lo que siento - Dijo M y cerró la puerta de su habitación de tal manera que en ese mismo acto también parecieron cerrarse las puertas de sus ilusiones.

miércoles, 25 de mayo de 2016

La metáfora de la distancia





Hablar sobre la distancia en estos tiempos parece haber perdido el énfasis antiguo, el anterior; aquél que favorecido quizás por un sistema de comunicación cuerpo-a-cuerpo, se veía, por otra parte dificultado ante las distancias más bien geográficas o tecnológicas.
Hoy no podríamos afirmar que la comunicación se ve afectada por esta "distancia", por ejemplo geográfica, porque como bien sabemos (y manejamos) la tecnología nos lo facilita y se burla de ésta, configurando la ilusión de una cercanía y una instantaneidad, que tiñe de efímeros los vericuetos de los kilómetros.
Ahora bien, gracias a ésto parece fácil pensar en la posibilidad de "dejar de estar lejos", de "sentirse cerca". La distancia en todo caso sería el espacio y el tiempo existente entre el dedo índice y el click izquierdo del mouse. Pero cuando la intención de eliminar esta distancia, trasciende lo meramente comunicacional para enredarse en el terreno de lo que podríamos llamar "amor","enamoramiento","afecto",etc; las bases y condiciones parecen cambiar.
Este enlace virtual parece volverse suicida y reclama un encuentro real, entonces aquella distancia disfrazada de Whatsapp, de Facebook, de Skype, de Youtube, se quita el velo y nos muestra su rostro más adulto, su antiguo rostro. Es entonces cuando la fábula desaparece y cuándo los kilómetros y las excusas se vuelven protagonistas. Y digo excusas, porque para mí la distancia es una metáfora, existe sólo a partir de la intensidad con la que uno desee, con la intensidad con la que uno ame; en el lugar de ésta aparecen los miedos, los pretextos, las excusas,etcétera. Quiero decir que la cercanía (geográfica por ejemplo) entre dos cuerpos no es directamente proporcional a la intensidad con la que se desee. Sino entonces: ¿Quién me explica por qué aquella pareja del bar solo intercambió palabras para preguntarse y responderse sobre la comida del menú? o ¿Quién se atreve a explicar cómo es que nos hace mas ruido la imágen de un niño sirio ahogado sobre la arena cerca de la ciudad de Bodrum, Turquía y no la de un adolescente Qom, muerto por desnutrición en el Chaco?.
Ésta idea de distancia muchas veces nos queda cómoda y me molesta mucho. Que la distancia importe pero no limite.

jueves, 14 de abril de 2016

Mochila, banquina y pan dulce






Hace 3 años fui con un amigo a la presentación del libro de un tipo que decía que recorrió a dedo desde América central hasta la antártida y previamente anduvo viajando por medio oriente (en esos países que terminan con "tan"), bajo la misma modalidad.
Entre otras historias extraordinarias que el autor iba relatando, recuerdo que lo que le apasionaba era la incertidumbre que se siente al hacer dedo y no saber quien puede estar frente al volante, con sus crisis, sus enojos, sus cuentas sin pagar, sus festejos, sus reclamos y sus anécdotas. Y por otro lado el contraste, que a lo largo del viaje se van generando entre las historias de aquellos que se solidarizan a levantar de la ruta a uno o varios desconocidos sin pedir nada a cambio mas que unos mates y una charla sostenida. Muchas veces, para los que coincidimos con esta filosofía de viaje, éstas personas, éstos anónimos, se transforman en héroes.
Fue el relato de este tipo y lo que le apasionaba de estos encuentros lo que se instaló automáticamente en mi cabeza para seguir siendo hasta hoy motivo de muchas idas y vueltas con mochilas, mate y sobre todo curiosidad.
Habrán pasado 2 años desde aquella presentación hasta que finalmente decidí, con otro amigo, recorrer las rutas chaqueñas, santiagueñas, salteñas y jujeñas para desembocar en el sinuoso terreno del país vecino, Bolivia. Y en esta ocasión me gustaría contarles una de las historias mas significativas que vivimos en el camino de ida.

Con una suerte provechosa pero no muy típica habíamos comenzado el viaje avanzando de a varios kilómetros sobre la ruta 16. La primer persona que nos invitó a pasar a la comodidad de su auto fue un estudiante universitario, como nosotros, que estaba volviendo a Sáenz Peña, su ciudad natal, luego de una intensa semana de cursado. Nuevamente sobre la ruta y bajo la caricia del sol de verano chaqueño que prontamente dejaría de ser caricia para convertirse en una acalorada mueca de sudor, nos pusimos a esperar al próximo valiente, todavía con el estómago satisfecho después del último almuerzo con la familia e hidratados con los primeros mates del recorrido y digo valiente porque en la ruta la sospecha está de los dos lados, no sólo en quienes caminan al costado, sino también en quienes caminan sobre ruedas. La espera fue generosa nuevamente, y al cabo de 20 minutos una camioneta frenó a unos metros de nosotros y desde adentro se vio el gesto de una mano que salía por la ventanilla y que con sus cuatros dedos, menos el gordo, se inclinaban hacia adentro como si tratara de capturar algo de aire. Coincidimos con Guille que la invitación era para nosotros y casi sin sentir el peso de las mochilas nos instalamos en los asientos. Ya sin agua para el segundo termo de mate seguimos hasta Pampa del Infierno.
Eran las 14:30 aproximadamente y hasta ahí el panorama era color de rosas, la suerte hasta entonces estaba de nuestro lado, pero como su nombre lo indica, "Pampa del infierno" no era un terreno muy amistoso, sobre todo a esa hora y un veinte de diciembre. A ésta altura de la ruta, el tránsito iba desapareciendo y en el horizonte ya se podían ver los primeros espejismos, como ríos que atravesaban el camino, la civilización tampoco acompañaba el rigor con el que se hacían presentes los árboles y las espinas. El único registro que logramos de presencia humana era el de unos obreros que estaban construyendo la banquina, y acá comenzaron a aparecer los primeros signos de próximas dificultades. La banquina para un mochilero que viaja a dedo es fundamental, porque sin ella se complicaría bastante que algún viajante, por más solidaria que sea, pueda frenar y seguir acercándonos a nuestro destino y no nos quedó otra mas que empezar a caminar hasta que la "obra" finalice y re-encontrarnos con la banquina. Ahora sí, el calor del sol y de la brea que se estaba solidificando sumado a los casi dos kilómetros que tuvimos que caminar, se estaban poniendo en nuestra contra, más que nada en contra de nuestros piés y por supuesto las mochilas que también querían protagonizar la escena se hacían presentes en nuestros hombros y en la espalda, pero como el comienzo fue óptimo seguimos caminando sin mucha queja.
Los mismos espejismos que al principio veíamos como parte decorativa del paisaje, ahora nos jugaban una mala pasada al no permitirnos ver el fin de la obra que teníamos que imaginarla tomando como referencia solamente el tiempo que iba pasando. Para las 15:00 en punto llegamos al fin, donde nuevamente establecimos contacto con seres humanos que también eran obreros y que de a poco estaban juntando las máquinas y demás artefactos para volver al pueblo.
La caminata y el castigo del calor nos habían hecho consumir los suministros de agua que teníamos por lo que nuestra visión estaba enfocada en alguna fuente de líquido. Afortunadamente el encargado de cuidar las maquinarias mientras los demás las trasladaban el resto hacia el pueblo, estaba provisto de un bidón con agua bien fresca, nos acercamos amistosamente y le pedimos un poco. Creo que no hacían falta muchos argumentos para que cediera, porque nuestra imagen ya lo decía todo, pero mientras tomábamos contentos del bidón le íbamos contando al hombre lo que hasta ahí había sido nuestra experiencia y sin perder mucho tiempo volvimos al costado de la ruta armados con nuestros carteles que indicaban con letras nuestro deseo por avanzar hasta un pueblo mas grande donde, si nos agarrara la noche, podamos tirar la carpa.
Ya se acercaban las 16:30, hasta ahí se cumplía el récord de espera y nuestras esperanzas de avanzar, de a poco se iban consumiendo como el bidón de agua. Y por eso me gustaría describir un poco mejor lo que era aquel lugar que nos hospedó durante esas horas. En esa zona del chaco la imágen de árbol convencional era sustituida por una especie de arbustos un poco más altos que nosotros, repletos de espinas que custodiaban ambos lados de la ruta, casi que la invadía y nosotros estábamos ubicados en una suerte de oasis artificial logrado por las mismas máquinas que construían la banquina y que ahora descansaban bajo la tímida sombra de la vegetación, entonces justo ahí no había maleza, pero si se caminara hacia el asfalto y se mirara hacia atrás o adelante, las perspectiva no cambiaba mucho, no cambiaba nada y todo este contexto, junto con el paso del tiempo y la caída prematura del sol, ayudado por algunas nubes, iban elevando nuestra ansiedad. Nuestra situación comenzaba a ser crítica y aquellos carteles iniciales ya comenzaban a sentirse víctimas de una progresiva metamorfosis literal. Ya no estaban plasmados nuestros deseos, sino nuestras necesidades, por lo que tachamos lo primero para escribir sobre el papel el nombre de un pueblo más cercano, para ver si las pocas personas que pasaban conduciendo sus automóviles sintieran un poco de empatía sin que les costara mucho trabajo. Pero estas pocas personas que pasaban nos hacían gestos desde la comodidad de sus asientos que indicaban que solo iban hasta el próximo pueblo. Seguimos una hora mas con nuestro intento pero nada cambiaba.
Siendo casi las 18:00 nuestro físico, pero sobre todo nuestras mentes ya empezaban a agotarse y pensamientos impensados ya se hacían presentes; "¿Y si no nos levanta nadie?¿Vamos a tener que tirar la carpa en este lugar y perder casi un día de viaje?¿Y con el agua y la comida como hacemos?¿Que nos asegura que mañana la situación cambie?".<< Lo importante no es llegar, lo importante es el camino>> y ya mi cerebro utilizaba todos los recursos para que el escenario sea mas soportable. Para acompañar la desesperación, el único referente humano que teníamos estaba pronto a despedirse y entonces a Guille se le ocurre preguntarle si algún colectivo pasa por ahí. Lo único que queríamos era salir de ese infierno. A lo que el hombre le responde que si hay uno, que pasa a las 18:30, y que probemos a ver si para...
Era la única chance y no era nada alentadora teniendo en cuenta que este tipo de transporte al ver mochileros haciendo dedo generalmente no paran porque aquel que hace dedo, generalmente lo hace justamente para no pagar un transporte de este tipo y entonces utilizamos el último recurso que nos quedaba: cambiar nuevamente el texto de los carteles y para poder transmitir mas claramente la desesperación que sentíamos escribimos "PRÓXIMO PUEBLO" y acompañando a este, otro que decía "¡POR FAVOR!". Y ya nuestras cartas estaban sobre la mesa.
Fue la primera vez que extrañe mi casa y que me arrepentí de haber elegido esta modalidad de viaje, habiendo tenido la posibilidad de haberlo hecho de un solo tirón y en un micro con aire acondicionado, servicio de catering y algunas películas de mal gusto.
Acordándonos del sol, de la madre del sol, de la abuela del sol y de toda su familia, por haber dejado su huella en nuestra piel donde nuestras remeras no abrigaban, nos encontrábamos prácticamente sobre la ruta para obligar al que pase a que frene y en eso pasa un auto, y no solo pasa sino que 10 metros mas adelante frena. Del auto bajó un hombre y una mujer y abrieron el baúl para trasladar cosas que llevaban en el asiento de atrás, con Guille nos miramos sin reacción y sin ninguna sospecha de que ese auto había frenado para nosotros hasta que a dúo nos hacen las mismas señas que el hombre de la camioneta pero además de la seña con los dedos, lo acompañaban los brazos y un grito..."Vengan chicos...suban". Ahí nuestras miradas se llenaron de emoción y con las pocas energías que nos quedaban, nos despedimos del obrero y fuimos corriendo hasta el auto, con las mochilas y el mate.
Al estar ahí adentro un alivio inmenso nos abrazó como una madre pueblerina que después de 10 años ve regresar a su hijo del sur, y las lágrimas junto con sus brazos lo atrapan para no dejarlo ir.
Lo recuerdo patente, parecía que el hecho de estar ya dentro de un auto y aunque con personas desconocidas, que podrían llevarnos a lugares desconocidos, era suficiente para de a poco ir dejando de lado los reclamos cada vez mas vivaces que elevamos al sol, al peso de las mochilas y por supuesto al ya protagonista hambre.
Para romper un poco el hielo le fuimos contando nuestra odisea mientras íbamos avanzando. El hombre y la mujer, supimos después, se llamaban "Matula y Sandra" respectivamente, él médico y ella abogada. Ella no era madre de sus hijos pero lo acompañaba hace ya varios años, y él a pesar de haber perdido el matrimonio anterior, todavía conservaba el buen gusto musical y lo demostraba en los CDs que reproducía su stereo.
Le preguntamos a Matula porqué había decidido frenar en esa ruta desierta, y nos contó que su recorrido universitario lo hizo a dedo, porque era del interior y no tenía plata, ésto le hizo sentir empatía nos dijo, y por eso decidió darnos una mano. Mientras tanto su mujer ya nos iba convidando los primeros mates calientes después de aquel horrible episodio y cuando ya creíamos que la cosa no podía mejorar, la señora, Sandra, tímidamente saca de un bolso en sus regazos, un pan dulce y nos lo ofrece. Teniendo en cuenta que en cuatro días era navidad y que estábamos bastante lejos de casa, pero aún más lejos de Cochabamba el gesto fue inmenso, en ese gesto recordé a mi vieja comprando algún alfajor de maicena a niños que golpean la puerta, recordé a mi abuela, poniendo siempre un plato más en la mesa a pesar de que la comida no alcance, recordé a mi viejo, atendiendo un paciente a las tres de la mañana de un domingo por un ataque de asma, recordé mi casa, mi hogar. La nostalgia en esta época del año anda por el aire, como polen buscando interpelar algún alma. Porque la navidad es nostalgia si se está lejos de todos, pero una nostalgia necesaria y absolutamente recomendable.
Por supuesto aceptamos la oferta y entre risas y anécdotas, fueron pasando los kilómetros y el tiempo hasta que por fin llegamos a Taco Pozo, lugar donde Matula tenía que hacer guardias.
Al bajarnos del auto, ya cayendo la noche, nos sacamos una foto los cuatro juntos, nos dimos un abrazo y en ese abrazo por un segundo tuvimos la capacidad de ver el futuro y de saber que van a pasar varios años más hasta que un nuevo pan dulce nos lleve a casa.
Ese día y esa tarde, nuestros héroes fueron dos, Matula y Sandra. Gracias.