jueves, 14 de abril de 2016

Mochila, banquina y pan dulce






Hace 3 años fui con un amigo a la presentación del libro de un tipo que decía que recorrió a dedo desde América central hasta la antártida y previamente anduvo viajando por medio oriente (en esos países que terminan con "tan"), bajo la misma modalidad.
Entre otras historias extraordinarias que el autor iba relatando, recuerdo que lo que le apasionaba era la incertidumbre que se siente al hacer dedo y no saber quien puede estar frente al volante, con sus crisis, sus enojos, sus cuentas sin pagar, sus festejos, sus reclamos y sus anécdotas. Y por otro lado el contraste, que a lo largo del viaje se van generando entre las historias de aquellos que se solidarizan a levantar de la ruta a uno o varios desconocidos sin pedir nada a cambio mas que unos mates y una charla sostenida. Muchas veces, para los que coincidimos con esta filosofía de viaje, éstas personas, éstos anónimos, se transforman en héroes.
Fue el relato de este tipo y lo que le apasionaba de estos encuentros lo que se instaló automáticamente en mi cabeza para seguir siendo hasta hoy motivo de muchas idas y vueltas con mochilas, mate y sobre todo curiosidad.
Habrán pasado 2 años desde aquella presentación hasta que finalmente decidí, con otro amigo, recorrer las rutas chaqueñas, santiagueñas, salteñas y jujeñas para desembocar en el sinuoso terreno del país vecino, Bolivia. Y en esta ocasión me gustaría contarles una de las historias mas significativas que vivimos en el camino de ida.

Con una suerte provechosa pero no muy típica habíamos comenzado el viaje avanzando de a varios kilómetros sobre la ruta 16. La primer persona que nos invitó a pasar a la comodidad de su auto fue un estudiante universitario, como nosotros, que estaba volviendo a Sáenz Peña, su ciudad natal, luego de una intensa semana de cursado. Nuevamente sobre la ruta y bajo la caricia del sol de verano chaqueño que prontamente dejaría de ser caricia para convertirse en una acalorada mueca de sudor, nos pusimos a esperar al próximo valiente, todavía con el estómago satisfecho después del último almuerzo con la familia e hidratados con los primeros mates del recorrido y digo valiente porque en la ruta la sospecha está de los dos lados, no sólo en quienes caminan al costado, sino también en quienes caminan sobre ruedas. La espera fue generosa nuevamente, y al cabo de 20 minutos una camioneta frenó a unos metros de nosotros y desde adentro se vio el gesto de una mano que salía por la ventanilla y que con sus cuatros dedos, menos el gordo, se inclinaban hacia adentro como si tratara de capturar algo de aire. Coincidimos con Guille que la invitación era para nosotros y casi sin sentir el peso de las mochilas nos instalamos en los asientos. Ya sin agua para el segundo termo de mate seguimos hasta Pampa del Infierno.
Eran las 14:30 aproximadamente y hasta ahí el panorama era color de rosas, la suerte hasta entonces estaba de nuestro lado, pero como su nombre lo indica, "Pampa del infierno" no era un terreno muy amistoso, sobre todo a esa hora y un veinte de diciembre. A ésta altura de la ruta, el tránsito iba desapareciendo y en el horizonte ya se podían ver los primeros espejismos, como ríos que atravesaban el camino, la civilización tampoco acompañaba el rigor con el que se hacían presentes los árboles y las espinas. El único registro que logramos de presencia humana era el de unos obreros que estaban construyendo la banquina, y acá comenzaron a aparecer los primeros signos de próximas dificultades. La banquina para un mochilero que viaja a dedo es fundamental, porque sin ella se complicaría bastante que algún viajante, por más solidaria que sea, pueda frenar y seguir acercándonos a nuestro destino y no nos quedó otra mas que empezar a caminar hasta que la "obra" finalice y re-encontrarnos con la banquina. Ahora sí, el calor del sol y de la brea que se estaba solidificando sumado a los casi dos kilómetros que tuvimos que caminar, se estaban poniendo en nuestra contra, más que nada en contra de nuestros piés y por supuesto las mochilas que también querían protagonizar la escena se hacían presentes en nuestros hombros y en la espalda, pero como el comienzo fue óptimo seguimos caminando sin mucha queja.
Los mismos espejismos que al principio veíamos como parte decorativa del paisaje, ahora nos jugaban una mala pasada al no permitirnos ver el fin de la obra que teníamos que imaginarla tomando como referencia solamente el tiempo que iba pasando. Para las 15:00 en punto llegamos al fin, donde nuevamente establecimos contacto con seres humanos que también eran obreros y que de a poco estaban juntando las máquinas y demás artefactos para volver al pueblo.
La caminata y el castigo del calor nos habían hecho consumir los suministros de agua que teníamos por lo que nuestra visión estaba enfocada en alguna fuente de líquido. Afortunadamente el encargado de cuidar las maquinarias mientras los demás las trasladaban el resto hacia el pueblo, estaba provisto de un bidón con agua bien fresca, nos acercamos amistosamente y le pedimos un poco. Creo que no hacían falta muchos argumentos para que cediera, porque nuestra imagen ya lo decía todo, pero mientras tomábamos contentos del bidón le íbamos contando al hombre lo que hasta ahí había sido nuestra experiencia y sin perder mucho tiempo volvimos al costado de la ruta armados con nuestros carteles que indicaban con letras nuestro deseo por avanzar hasta un pueblo mas grande donde, si nos agarrara la noche, podamos tirar la carpa.
Ya se acercaban las 16:30, hasta ahí se cumplía el récord de espera y nuestras esperanzas de avanzar, de a poco se iban consumiendo como el bidón de agua. Y por eso me gustaría describir un poco mejor lo que era aquel lugar que nos hospedó durante esas horas. En esa zona del chaco la imágen de árbol convencional era sustituida por una especie de arbustos un poco más altos que nosotros, repletos de espinas que custodiaban ambos lados de la ruta, casi que la invadía y nosotros estábamos ubicados en una suerte de oasis artificial logrado por las mismas máquinas que construían la banquina y que ahora descansaban bajo la tímida sombra de la vegetación, entonces justo ahí no había maleza, pero si se caminara hacia el asfalto y se mirara hacia atrás o adelante, las perspectiva no cambiaba mucho, no cambiaba nada y todo este contexto, junto con el paso del tiempo y la caída prematura del sol, ayudado por algunas nubes, iban elevando nuestra ansiedad. Nuestra situación comenzaba a ser crítica y aquellos carteles iniciales ya comenzaban a sentirse víctimas de una progresiva metamorfosis literal. Ya no estaban plasmados nuestros deseos, sino nuestras necesidades, por lo que tachamos lo primero para escribir sobre el papel el nombre de un pueblo más cercano, para ver si las pocas personas que pasaban conduciendo sus automóviles sintieran un poco de empatía sin que les costara mucho trabajo. Pero estas pocas personas que pasaban nos hacían gestos desde la comodidad de sus asientos que indicaban que solo iban hasta el próximo pueblo. Seguimos una hora mas con nuestro intento pero nada cambiaba.
Siendo casi las 18:00 nuestro físico, pero sobre todo nuestras mentes ya empezaban a agotarse y pensamientos impensados ya se hacían presentes; "¿Y si no nos levanta nadie?¿Vamos a tener que tirar la carpa en este lugar y perder casi un día de viaje?¿Y con el agua y la comida como hacemos?¿Que nos asegura que mañana la situación cambie?".<< Lo importante no es llegar, lo importante es el camino>> y ya mi cerebro utilizaba todos los recursos para que el escenario sea mas soportable. Para acompañar la desesperación, el único referente humano que teníamos estaba pronto a despedirse y entonces a Guille se le ocurre preguntarle si algún colectivo pasa por ahí. Lo único que queríamos era salir de ese infierno. A lo que el hombre le responde que si hay uno, que pasa a las 18:30, y que probemos a ver si para...
Era la única chance y no era nada alentadora teniendo en cuenta que este tipo de transporte al ver mochileros haciendo dedo generalmente no paran porque aquel que hace dedo, generalmente lo hace justamente para no pagar un transporte de este tipo y entonces utilizamos el último recurso que nos quedaba: cambiar nuevamente el texto de los carteles y para poder transmitir mas claramente la desesperación que sentíamos escribimos "PRÓXIMO PUEBLO" y acompañando a este, otro que decía "¡POR FAVOR!". Y ya nuestras cartas estaban sobre la mesa.
Fue la primera vez que extrañe mi casa y que me arrepentí de haber elegido esta modalidad de viaje, habiendo tenido la posibilidad de haberlo hecho de un solo tirón y en un micro con aire acondicionado, servicio de catering y algunas películas de mal gusto.
Acordándonos del sol, de la madre del sol, de la abuela del sol y de toda su familia, por haber dejado su huella en nuestra piel donde nuestras remeras no abrigaban, nos encontrábamos prácticamente sobre la ruta para obligar al que pase a que frene y en eso pasa un auto, y no solo pasa sino que 10 metros mas adelante frena. Del auto bajó un hombre y una mujer y abrieron el baúl para trasladar cosas que llevaban en el asiento de atrás, con Guille nos miramos sin reacción y sin ninguna sospecha de que ese auto había frenado para nosotros hasta que a dúo nos hacen las mismas señas que el hombre de la camioneta pero además de la seña con los dedos, lo acompañaban los brazos y un grito..."Vengan chicos...suban". Ahí nuestras miradas se llenaron de emoción y con las pocas energías que nos quedaban, nos despedimos del obrero y fuimos corriendo hasta el auto, con las mochilas y el mate.
Al estar ahí adentro un alivio inmenso nos abrazó como una madre pueblerina que después de 10 años ve regresar a su hijo del sur, y las lágrimas junto con sus brazos lo atrapan para no dejarlo ir.
Lo recuerdo patente, parecía que el hecho de estar ya dentro de un auto y aunque con personas desconocidas, que podrían llevarnos a lugares desconocidos, era suficiente para de a poco ir dejando de lado los reclamos cada vez mas vivaces que elevamos al sol, al peso de las mochilas y por supuesto al ya protagonista hambre.
Para romper un poco el hielo le fuimos contando nuestra odisea mientras íbamos avanzando. El hombre y la mujer, supimos después, se llamaban "Matula y Sandra" respectivamente, él médico y ella abogada. Ella no era madre de sus hijos pero lo acompañaba hace ya varios años, y él a pesar de haber perdido el matrimonio anterior, todavía conservaba el buen gusto musical y lo demostraba en los CDs que reproducía su stereo.
Le preguntamos a Matula porqué había decidido frenar en esa ruta desierta, y nos contó que su recorrido universitario lo hizo a dedo, porque era del interior y no tenía plata, ésto le hizo sentir empatía nos dijo, y por eso decidió darnos una mano. Mientras tanto su mujer ya nos iba convidando los primeros mates calientes después de aquel horrible episodio y cuando ya creíamos que la cosa no podía mejorar, la señora, Sandra, tímidamente saca de un bolso en sus regazos, un pan dulce y nos lo ofrece. Teniendo en cuenta que en cuatro días era navidad y que estábamos bastante lejos de casa, pero aún más lejos de Cochabamba el gesto fue inmenso, en ese gesto recordé a mi vieja comprando algún alfajor de maicena a niños que golpean la puerta, recordé a mi abuela, poniendo siempre un plato más en la mesa a pesar de que la comida no alcance, recordé a mi viejo, atendiendo un paciente a las tres de la mañana de un domingo por un ataque de asma, recordé mi casa, mi hogar. La nostalgia en esta época del año anda por el aire, como polen buscando interpelar algún alma. Porque la navidad es nostalgia si se está lejos de todos, pero una nostalgia necesaria y absolutamente recomendable.
Por supuesto aceptamos la oferta y entre risas y anécdotas, fueron pasando los kilómetros y el tiempo hasta que por fin llegamos a Taco Pozo, lugar donde Matula tenía que hacer guardias.
Al bajarnos del auto, ya cayendo la noche, nos sacamos una foto los cuatro juntos, nos dimos un abrazo y en ese abrazo por un segundo tuvimos la capacidad de ver el futuro y de saber que van a pasar varios años más hasta que un nuevo pan dulce nos lleve a casa.
Ese día y esa tarde, nuestros héroes fueron dos, Matula y Sandra. Gracias.

4 comentarios:

  1. Hola hermano de mi corazón....hermosa tu historia.
    Lo único que puedo aportar es que cambies la tipografía, un poco más grande y espaciada.
    Besos, y a seguir escribiendo.

    ResponderBorrar
  2. Volví a leer el relato... chiquitín precioso! si que sufrieron haciendo dedo! Me recuerda a mis dias en ruta para llegar al trabajo... es duro, pero obviamente también tiene esa magia de posibilitar encontrarnos con personas con historias geniales.
    Por otro lado, que diferencia grande existe entre hombres y mujeres a la hora de elegir esta modalidad de viaje, por ejemplo, a nosotras (más a las maestras) nos llevan con mayor celeridad, pero también somos mas acosadas, es como que la mujer que viaja a dedo despierta una falsa imagen (o no) de necesidad de amparo. Espero que tus viajes sigan teniendo este condimento...los viajes son alimento para el alma, pero hacer aunque más nos eea una parte de ellos, a dedo, aporta mucho más a la experiencia.
    Nuevamente besos... y recordá que cuando pases por Charata, tenés alojamiento seguro. :)

    ResponderBorrar
  3. PRÓXIMO PUEBLO!! POR FAVOR!! Ciertamente esperando sobre el empedrado pasan cosas extravagantes, es posible pasar del amor al odio en unos instantes, existen verdaderas posibilidades de disfrutar en un día lo que normalmente corresponde a un mes y sobre todo percatarse y confirmar como primera medida, la ruta hacia el norte no es joda y segundo pero mas importante: gente de fierro no sobra, pero que las hay, seguro. Saludos.

    ResponderBorrar